domingo, 26 de diciembre de 2021
SUPERSTICIÓN
domingo, 28 de noviembre de 2021
REPOSITORES
-Mirá si mi papá era pirata que tuvo hijos con mi tía, la hermana de mi maná. Esos sí que son primos hermanos.
martes, 26 de octubre de 2021
SOLEDADES
Papá. Sólo yo puedo estar junto a papá.
lunes, 27 de septiembre de 2021
EL OLVIDO QUE SEREMOS
Dos jóvenes irrumpen en moto en una calle de Medellín y acribillan a balazos a un hombre. Un minuto después llega corriendo el hijo de la víctima. Se derrumba junto al cadáver, lo pone boca arriba y llora sin consuelo.
miércoles, 8 de septiembre de 2021
SANTA ROSA EN ATALAYA
Era una casucha de madera y chapas, un botecito dado vuelta en el medio del campo, con una palmera de mástil, un ombú con vacas dormidas a sus pies y comadrejjas en las cuevas.
El campo tenía un molino, pero eramos dos niños que nada sabíamos del Quijote. El gigante era nuestro padre y bastaban una cañita y una lata oxidada llena de lombrices para pasarnos una tarde pescando en el arroyo .
Cuando empezaba a caer la noche, contabamos los murcielagos que salían de la palmera mientras Oscar encendia los soldenoches y Buby inventaba la cena en una cocina destartalada.
Fue una noche de agosto en que el cielo estallaba y la casa intentaba no naufragar en el temporal que oimos su nombre por primera vez: la tormenta de Santa Rosa.
Las paredes temblaban a nuestras espaldas. Preferimos no acostarnos y quedarnos sentados con los ojos gigantes y los oidos atentos a la furia del temporal.
Hoy sé que Santa Rosa no existe ni hay modo de saber cuando nos sorprenderá en la noche una tormenta terrible.
Respiro la tensa calma del calor del fin de otoño y presiento que en cualquier instante puede suceder.
Cada vez que el cielo estalla,
aquella casilla a la deriva vibra en mi alma, como un suspiro de incertidumbre que me recuerda niño y viene a poner a prueba mi certeza del amanecer.
jueves, 10 de junio de 2021
LA NARANJA Y EL SONÁMBULO
-Quiero una naranja -dice Juana parada frente a la canasta de frutas -¿Me ayudás a elegir una jugosa?
-Mirá que son de ombligo.
-No importa, le hago agujerito igual.
-¿Te elijo una?- pregunto mientras pauso en la TV a Sandy Kominsky cuando se para frente a un mingitorio.
-No, decime...
-Que esté sana y no se sienta muy dura.
-¿Ésta?
-Dale. Cuidado con el cuchillo, no te cortes...
-¡Ya sé!
Le hace el agujero, la pone en un tupper y se vuelve a su habitación luego de darme un abrazo furtivo por la espalda. Quito la pausa y Sandy al fin se alivia. El método.
¿Alguna vez tuve un método? Debería escribir en este tiempo que dedico a sentarme solo en la cocina frente a la TV, a mirar series en el viaje de la noche a la madrugada. Ya escribiré. El tiempo se ha vuelto infinito ahora que me deshice de la ansiedad y el apuro. Aunque si cuento las películas, series y partidos que vi en estos días, quizá ya habría terminado varias historias que aguardan inconclusas en la compu y el teléfono. Encima eso, el teléfono. Se me ha hecho demasiado fácil escribir con un dedo. Me cuesta sentarme al teclado y escribir a diez dedos y sin mirar las teclas. "Me da paja". Así lo diría mi hija. En el celu es otro el aliento para que fluyan las palabras. Escritos en las orillas, las pausas, los resquicios. Pero ahora no. Ahora miro una serie en la cocina. Un capitulo, dos, tres.. Así hasta las 2.58 de la madrugada.
Apago la TV. LLamo a la perra. Se despereza, baja, me mira.
-A hacer pis - le digo. Abro la puerta de la cocina y salimos al jardin del fondo. Me gusta mirar el pulmón de manzana, los resplandores de las torres de mi ciudad recortándose tras la serena oscuridad de los árboles. Juancha olfatea, busca, reincide en su ceremonia. Debí haber ido al baño antes de sacarla.. El gato negro cruza por el techo del taller, se oye el paso de un camión en la avenida y aquí, sobre el pasto, casi al unisono, Juancha y yo meamos.
Al apagar todas las luces descubro que Felipe se quedó dormido en el sillón con el celular en la mano y los auriculares de la play mal colocados.
Años atrás, lo hubiera alzado y llevado en brazos con su cabeza sobre mi hombro hasta la cama. Pero ya no puedo cargarlo.
-Vamos Felipe- le digo poniéndolo de pie. Vamos, a la cama.
-Si, responde con la mirada en otro lado.
-¡Estás dormido, despertate!- insisto. Me mira como a un extraño. Ya mide 1.80 y estamos cara a cara. Lo llevo hacia la escalera de la mano, a paso lento, como si fuera un anciano. Un adolescente es muy extraño, un niño desmesurado.
¿Alguien puede estar orgulloso de tener dos vertebras lesionadas? Yo sí, porque debo parte de mis hernias en la quinta y sexta a haber cargado a Felipe y Juana cuantas veces quise, incluso a la vez, une en cada brazo.
Suben sus piernas largas con pasos lunares y a mi cadera le cuesta seguirle el ritmo. La artrosis no es parte del orgullo. 'Ser humano y estar herido son la misma cosa", dijo hace un rato Sandy Kaminsky.. Pero no hay dolor que me quite la dicha de este momento del dia.
Entramos a su pieza y se tira en la cama.
-¡No Feli! Sacate la ropa y acostate bien.
Se pone de pie, se quita la ropa, la deja sobre una silla y se pone el pijama.
-Yo te abro la cama- le digo mientras comienzo a retirar la colcha, la frazada y la sábana.
-No, no, dejame.
Me hace a un lado y acomoda los dobleces de las mantas con minuciosa precisión. Luego toma dos de sus peluches y se acuesta, tan largo y tan niño.
-Sos un sonámbulo meticuloso- le digo y le acaricio la cabeza.
Al día siguiente me preguntará como llegó a su cama, sin recordar nada de lo sucedido.
Sigo al cuarto de Juana. Asomo la cabeza por la puerta entreabierta y me invade el perfume a naranja. Juana está acostada mirando su telefonito y en un pequeño cesto asoma la cáscara de la fruta que comió.
-Dormite, Juana. Mañana tenés clase temprano.
- Está bien.
Deja el teléfono sobre la mesa de luz. Me acerco a saludarla y me acaricia la cara al acercarme. Sonríe sin cansancio y aún tiene olor a naranja en los dedos.
-¿Querés que me lleve las cáscaras?
-No. Me encanta que mi pieza huela así.
domingo, 2 de mayo de 2021
ABRIL DE PRIMAVERA
Las golondrinas ya se han ido hacia el Norte, pero el sol se suelta sobre la costa y aunque sea abril, él juega a presumir una tarde de primavera.
Holgazanes en la tibieza, los perros descansan indoferentes a su esforzado pedaleo por las calles de arena.
Se baja, trepa al médano y desciende hacia la playa casi desierta.
Apoya el pie de la bicicleta en una piedra plana y deja barbijo, remera, llaves y teléfono en el canasto.
Un pescador recoge su línea, un muchacho enciende una vela verde flúo para surfar y volar sobre las olas.
Su ojos sobrevuelan el mar buscando toninas, pero sólo descubren una gaviota meciéndose calma detrás de la rompiente.
Camina hacia el mar y cada tanto mira hacia atrás cuidando que todo esté bien con su bicicleta. Un muchacho regordete con su melena teñida de rubio aparece sobre el médano y se queda de pie mirando hacia el mar.
"A ver si éste me roba la bici", piensa al verlo. Sigue caminando. Con el agua en la cintura y antes de zambullirse, vuelve otra vez la mirada y descubre que la bicicleta está caída y el muchacho ya no está.
-Lo único que falta es que me haya choreado el celular- protesta para sí, aunque sabe que lo más probable es que la haya tirado el viento.
Sale del agua, llega junto a la bicicleta, la alza y revisa sus cosas. Fue el viento y nadie robó nada. Quita la arena del celular con la remera, lleva la bicicleta hasta el pie del médano, la deja apoyada junto a la casilla
del guardavidas y vuelve hacia el mar.
-¡Señor, disculpe!
Ell chico rubio aparece de la nada caminando hacia él.
-Si...
-Tome, se le voló el barbijo con el viento.
-¡Uy, muchas gracias!- dice tratando que en su mirada no asome la espuma de la ola de arrepentimiento que rompe en su pecho.
Vuelve al agua y apenas se zambulle, la culpa se desvanece. Bracea contra la rompiente hasta que una ola lo pone de pie. El kitesurfer pasa veloz, la gaviota levanta vuelo.
Sale del mar y camina hacia el sol sin sentir frío.
Suena música. Son dos muchachas que acaban de llegar con su parlante y ensayan una coreo en la arena. El chico rubio las mira. Tres motos pasan más ruidosas que veloces hacia el sur.
Se pone las zapatillas, sube a la bicicleta y avanza contra el viento hasta que no le dan más las piernas.
Al volver, con viento a favor, hay recompensa. El sol comienza a besar el horizonte y la sombra del ciclista vuela rauda sobre el mar. Pedalea con la alegría de quien siente que sus piernas podrían no detenerse nunca.
PRESAGIO
Un nido de hornero.
Un día tiene sentido si uno, después de pedalear en una mañana soleada de domingo, alza la vista en una plaza de su ciudad y descubre en un árbol de un siglo el hogar de los horneros.
Recuerdo en mi niñez, unas mujeres que en las mañanas de domingo salían a caminar y llamar a las puertas de las casas para anunciar a las familias en su día de descanso que venía el fin del mundo.
La semana transcurría, el fin del mundo no llegaba y el domingo siguiente, si no llovía, volvían a enfundarse en sus ropas oscuras para llevar el presagio del final a otras casas.
Muchos años pasaron e imagino que el fin del mundo llegó para la mayoria de aquellas mujeres.
La pareja de horneros canta en la altura. Miro hacia el nido, vuelvo a ponerme el barbijo, me subo a la bici y en esta mañana otoñal de domingo, en medio de la pandemia, me atrevo a presagiar que la vida sigue.
domingo, 14 de marzo de 2021
NIÑO DE 100 AÑOS
Un océano mece la ciudad
En la marea de un bandoneón
Que descubrió que no existe
La quietud.
Se mueven
Las estatuas y sus ciudades
Las palabras y sus poetas
Los dedos y la rodilla
del niño de cien años
Que acuna el fuelle
Donde respira
El pulso del mundo.
sábado, 6 de marzo de 2021
EL PUTO AMO
-¡Mamá!
-¿Qué?
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¿Cómo nada? -la abraza por detrás.
-No es nada, nena.
-¿ Por qué llorás, mamita?
-Murió Armando Manzanero.
-¿Qué?
-¡Murió Armando Manzanero! ¿No sabés quién fue Armando Manzanero?
-¡Si que sé mamá! El que cantaba boleros. ¡Pero hace más de dos meses que murió!
-Si, ya sé. En diciembre, de COVID.
'¿También de COVID? ¡Que virus de mierda! ¿Y por qué llorás ahora? ¿No sabías?
-Sí que sabía.
-¿Entonces? ¿Algún bolero que bailaste de chica con algún noviecito?
-¿Qué noviecito? El único novio que tuve fue tu padre. No le gustaban los boleros. Y nunca bailaba.
-¿Y entonces?
-¡Eso nena! ¡Tengo 75 años y en mi puta vida bailé un bolero! ¿Para qué mierda viví?
-¡Ay, mami, pero hiciste otras cosas...
-¿ Qué otras cosas? Tu padre no me dejaba hacer nada. Y encima me pegaba. Ustedes no se daban cuenta pero era un violento. Mala bebida tenía...
-¡Sí que nos dabamos cuenta!
-¿En serio?
-Si, mami. ¿Te crees que no los oíamos?
-¡Ay qué papelón! Humillarme ante mis propios hijos! ¡Qué hombre de mierda! Siempre fue una mierda tu padre.
-Bueno, calmate mamita...
-¡No lo defiendas!
- ¡No lo defiendo! Ya sé que fue una mierda.
-Conmigo, no con vos.
-¡Conmigo también, mamá!
-¡Pero nunca nos faltó.nada!
-El puto amo, abuela.
-¡Lu! ¿Nos estabas escuchando?
-Si, abu. Mirá. Lo busqué en You Tube.
-¿Al abuelo?
-¡A tu Manzanero! ¡No sabía quién era!
La niña se sienta entre su abuela y su madre y las tres mujeres miran el telefonito en la semipenumbra de la sala.
"Somos novios
Pues los dos sentimos
Mutuo amor profundo..."
-¡Era lindo Manzanero!
- Ese es Luis Miguel.
-¿Y Manzanero?
-El petisito del piano.
-¿Eran novios?
-¡No! Luis Miguel cantaba los boleros que compuso Manzanero.
Escuchan unos segundos más y luego la niña apaga el teléfono. La abuela se pone de pie y camina hasta el hogar.
-¿ Podés creer que yo encima lo tengo a tu padre acá arriba, como en un pedestal? ¡Hijo de puta! -grita tomando la urna frente a sus ojos, como si el difunto pudiera oirla. Luego la arroja con ira al piso y las cenizas se esparcen entre los trozos de cerámica que estallan sobre el parquet.
-¡Mamá!
La mujer se sienta llorando en el sillón. La nieta intenta consolarla mientras su madre va a buscar cepillo, pala y un recipiente para juntar las cenizas.
-Mami...
-¿Qué, nena?
-¿Papá no quería que tiremos sus cenizas al río?
-Si, pero cerca de Esquina, donde nació. No pienso ir hasta allá.
-¡Tiralo al inodoro, abu!
-¡Nena!
-En serio. Lo vi en una pelicula, un papá y sus hijos que tiran las cenizas de la mamá en el inodoro de un baño público y aprietan el botón. Esas cenizas terminan yendo al río y al mar, abu.
-Entre toda la mierda...
-Vos dijiste que el abuelo era una mierda.
-Esperá, Lu. La abuela estaba enojada.
- Pero tiene razón, es buena idea. Yo nunca voy a ir a Esquina. Y si lo tiro por el inodoro va a llegar al río. Dame eso que juntaste, nena.
-¿Estás segura, mami?
- Segurisima. Mi nieta es una genia.
-¡Abu! ¡Buenisimo! ¿Me dejáis hacer un Tic Toc cuando tiramos al abuelo por el inodoro?
- Si, dale. Me gustan esas pavadas que hacés con el teléfono.
martes, 16 de febrero de 2021
SUEÑO TEMPESTAD
La lluvia sigue crujiendo en el techo. Espía las hendijas: aún es noche pero ya cantan pájaros. Se vuelve hacia la ventana, acomoda la almohada, estira el brazo hacia el suelo, levanta el pequeño almohadón y se lo coloca entre las piernas. Su peluche. Su objeto transicional. En la calle de arena, el agua corre veloz. Pasan una muchacha y su bebé flotando en una cámara de camión. Una tijereta espanta a un tucán azul. Las golondrinas de los tinglados se confunden en el cielo con los vencejos de la cascada. ¿Duerme? No. Está de pie en la sala de espera de un hotel, amplia como una terminal de tren. En la entrada, casi a sus pies, salta desde el agua y cae sobre la vereda de cemento alisado un pez extraño. Parece un lenguado, pero cambia de colores mientras respira. Lo alza y lo lleva hasta un sillón. Se acomoda de costado mirando hacia la calle río y se lo coloca entre las piernas.
"Tengo que volver a la Catarata", piensa. "Se lo tengo que mostrar a la profe. ¿Cómo se llamaba la profe? ¡Acierno! ¡Liliana Acierno!"
No había logrado recordar su nombre cuando se encontraron en la baranda, mirando con asombro la caída de agua en la Garganta del Diablo.
Se pone de pie con el pez bajo el brazo.
-Está lloviendo mucho, no vaya- grita el conserje. En una pantalla gigante del hotel ve encenderse un rayo en el cielo. Cuando pisa la vereda, el mundo tiembla. Mira hacia la catarata. El cielo estalla y una lengua de mar gigante se lanza hacia su calle. Pasa un coatí sobre un camalote chupando una bolsita de rocklets. Troncos. Carpinchos. Una 4X4 le hace luces ansiosas a una anciana en silla de ruedas.
-No voy a poder ir a mostrarle el pez", piensa mientras mira hacia la catarata sin poder distinguir su torrente de la furia del cielo.
Alguien gime. Abre los ojos. Ya hay luz en la ventana. Siente el hocico húmedo de su perra en la mano.
-¡Negra! ¿Querés salir a hacer pis? Ya vamos. ¡No sabés lo que soñé!
No dice más. Están solas en la casa de Atlantis desde hace seis meses, pero tampoco le parece contarle un sueño a la perra.
Bajan. Abren la puerta del fondo. Aun llueve.
-¡Dale, hace pis!
Negra la mira dudando. No se anima a caminar bajo la lluvia. Gime otra vez.
-Veni, te acompaño.
Pisan juntas el pasto. La perra da unas cuantas vueltas hasta que por fin emcoge las patas traseras, pone tiesa la cola y orina mirando hacia los pinos.
-¡Bien!,- dice la mujer y se queda de pie sobre el pasto y bajo la lluvia.
"Yo también tengo ganas". Flexiona las piernas como la perra, estira a bombacha hacia un costado con un dedo y riéndose, también mea.
Luego se sienta en el sillón de la galería y la perra se acuesta a su lado.
Vuelve a pensar en el sueño y en su profesora. ¿Fue ella la primera persona a la que oyó hablar del objeto transicional?
Un peluche, el almohadón, un pez, el propio sueño. Un espacio entre la vigilia y el sueño. Un juego para transitar el descanso. Transicional como la vida misma.
La perra mordisquea una tapita de gaseosa. Una gallineta camina entre los árboles sobre la pinocha húmeda. Ya no llueve. Estira los pies, se acomoda en el sillón y se da cuenta que aún tiene el lenguado multicolor bajo el brazo.
martes, 5 de enero de 2021
SUEÑOS DE GOLONDRINAS
Felipe se mece en una hamaca paraguaya y mira hacia el techo de una casa vecina. Allí, entre las chapas y el tirante, bajo la sombra del tanque de agua, descubre una golondrina que da de comer a sus pichones en el nido. En esa hendija improvisó la canastita para su cría, luego de volar miles de kilómetros desde el norte hasta llegar a La Costa.
"Un ranchito borracho, de sueños y amor, quiero yo". Ramón Ayala contó desde la respiración del río la vida y el sueño del cosechero que va en busca del sustento rumbo al algodón. El nombre de estas aves incansables e inquietas ha sido elegido para denominar el trabajo de quienes migran de cosecha en cosecha.
¿Y por qué migran las golondrinas?
Hasta diez mil kilómetros hacia el norte volarán en otoño las que viajan a México o Estados Unidos, 200 km por día a 60 km/h.
Podriamos decir que ellas también hacen su periplo para ganarse el sustento. Es que sólo e alimentan de insectos en vuelo. Mosquitos, moscas y alguaciles son parte de su dieta. Con la llegada del otoño la presencia de insectos en el aire disminuye y esa escasez las obliga a volar hacia zonas más cálidas.
Vuelan para no morir de hambre y construyen sus nidos en lugares como esa hendija en el techo que no dejamos de mirar.
Cada nido de golondrina está realizado en base a pequeños bocaditos de barro transportados en su pico. Toman un pedacito de barro, lo “mastican” bien y lo depositan cuidadosamente en el nido en construcción. La parte más baja del nido tiene paredes más gruesas que irán adelgazando según ascienden: un rancho de envidiable diseño.
Lo construyen en pareja y pueden realizar más de 5.000 viajes entre el lugar en el que consiguen el barro y el lugar de construcción del nido, durante las dos semanas que lleva la obra. Si todo sale bien, al siguiente año volverán a ese nido, que conviene no destruir, pues repetir ese esfuerzo formidable para construir uno nuevo podría retrasar el nacimiento de las crías, que necesita darse en el momento de mayor disponibilidad de insectos.
Seguimos a la golondrina hasta donde nos da la vista en su vuelo inquieto. La vemos espantar a un chimango. La perdemos de por unos instantes. hasta que regresa y se mete en el nido. Nuestros ojos no se apartan de la hendija oscura. Es una mañana de verano con algo de viento.
-¡Mirá mirá!- exclama Felipe. Dos pompones grises emergen del techo, extienden las alas y se pierden en el cielo persiguiéndose.
Con un largavistas hemos visto antes las cabecitas de sus pichones.
En ese ranchito el sueño de las golondrinas se mantiene vivo.